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lunes, 17 de enero de 2011

Episodio 2: En el que me doy cuenta de los efectos a largo plazo de las citas a ciegas

El domingo vinieron unos muy buenos amigos para comer en casa. Todo comenzó bastante normal: un bueno vino, buena compañía, y una cantidad de mariscos raros que pondría celoso al mismísimo Jacques Cousteau.


Llegó el momento de pasarnos a la mesa. Comida calentada (o sea, recién hecha en casa...ejem), vino servido, todo bien. Nuestro amigo es una de las mejores personas del mundo, y por ende suelen surgir temas de justicia social cuando él está presente. Nos empieza a contar que la familia lleva casi 20 de años como padrino de un niño (ya hombre) de poco recursos, en Brasil.


Yo, habiendo vivido en Brasil, pregunté de dónde y cómo se llamaba. Ahí es cuando casi me da el primero de los que seguramente serán muchos infartos a lo largo de mi seguramente corta vida. Es de la ciudad donde viví yo, y tiene el mismo nombre (nada común) que un tío que el que salí un par de veces y nunca más me dejó tranquilo. Este tío ha descubierto nuevos modos de comunicación solamente para poder perseguirme por todo el puto planeta.


Bueno volviendo al infarto. Pregunto, casi imperceptiblemente "¿Y cómo se apellidaba, dijiste? MISMO APELLIDO. A estas alturas estoy sudando porque se me ocurre que a este tío no le quitaré nunca de mi vida, y que al parecer ha estando haciendo planes para perseguirme antes de conocerme.


Bueno, que conste que al final, ha sido una de esas grandes coincidencias de la vida. No era el mismo chico, sino uno con el mismo nombre, apellido, y de la misma ciudad. Sin embargo, no dejo de preguntarme, ¿Estas cosas me pasarían si no saliera a ciegas con medio mundo? ¿Qué he hecho yo para convertirme en semejante imán de brasileños locos? Y finalmente y más importante, ¿tú te crees que esto es normal?

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